jueves, 23 de septiembre de 2010

Maestro

Cuando entré por primera vez, realicé una profunda y sentida reverencia. Ante mí tenía a un verdadero maestro. Jamás sabré expresar el sentimiento que me invadió en ese momento, pero si tuviera que hacerlo de alguna manera, diría que me sentí ínfimo, enano.

Su físico era poderoso: manos y pies fuertes, espalda ancha y mentón duro. Pero no era el físico lo que imponía, sino otra cosa completamente diferente. Un aura en torno a él. Es como si tu cuerpo reaccionara entendiendo que esa persona es ampliamente superior a tí en muchos sentidos.

Pero, ¿qué es un maestro? Después de todo éste tiempo he comprendido que un maestro es aquel que te adiestra, por un lado, para comprender la técnica de un arte marcial. Por otro, para comprender su filosofía, cultura y maneras, su correcto uso... Y a mi entender, quien no aúna éstas características no lo es. ¿Por qué?

Un maestro tiene un gran poder en sus manos. Un maestro es una figura que los alumnos veneran y siguen, aspiran a llegar algún día a ser como él. Indirecta y directamente, el maestro influye en dos aspectos del alumno:

-Motivación física: Las ganas de superarse físicamente para alcanzar un gran nivel, para combatir con mayor eficiencia o para perfeccionar su técnica.

-Motivación espiritual: La ambición del alumno por respetar la cultura y maneras que hay tras un arte, sus ganas de desarrollar un espíritu fuerte que sirva de base sobre la que se asienten el resto de sus conocimientos.

Cuando un maestro no es capaz de equilibrar ambos aspectos, aparecen deficiencias. Si la motivación física es mayor, el alumno se obsesiona con probar su fuerza y no le importa a qué precio, por lo que se vuelve peligroso. Es importante el entrenamiento espiritual para que el alumno aprenda a controlar su poder. Cuando la motivación espiritual es superior, el artista marcial no crece como tal y sus habilidades no se desarrollan de una manera eficiente, dejando más paso a la teoría que a la práctica, y en el momento de la verdad puede fallar. No es malo tener más motivación en un aspecto que en otro, puesto que es lo que distingue un tipo de guerrero de otro, sino el hecho de que la desigualdad entre ambos factores sea excesiva.

Un maestro que se precie no tiene porqué compartir la filosofía o cultura que predica el arte, pero es su deber diseminarla cuando entrena a sus alumnos para respetar la tradición. Si existe tradición, conducta y respeto en una clase, si existe apoyo, consideración y compañerismo, será lo que el alumno absorba y extienda. Y es que no es maestro el que alardea de su capacidad, sino el que es capaz de expresar sin tener que pronunciarse.

Es por eso que estoy orgulloso del maestro que tengo, y le dedico esta entrada. Sin venerar la cultura oriental la respeta. Es fuerte, pero es humilde. No tiene que demostrarle a nadie lo que puede hacer, pero todos sabemos de lo que es capaz. Pudiendo tenerlo todo, tiene lo que le hace falta. De esa manera lo tiene todo.

Rei.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Agua

La vida se ve diferente cuando las gotas de sudor revientan contra el tatami a cámara lenta. Lanzas un puñetazo, dos, retrocedes, vuelves a entrar y de nuevo otra combinación. Los miembros pesan como si estuvieran anclados firmemente al suelo, los movimientos son mucho más lentos e imprecisos. Entonces otra gota se desprende tras deslizarse por mi cara, y vuelve a caer pesadamente contra el suelo. Ahora sus movimientos cortan el aire, y mis guantes de plomo trazan inconstantes guardias que apenas reducen la fuerza de los golpes.

Oigo de fondo la voz del maestro, puliendo mis movimientos, recordandome formas, reforzándome el ánimo. No me he sentido más torpe en mi vida, y, sin embargo, siento algo dentro que deseaba que volviera a florecer, algo que notaba que se había dormido estos últimos tres meses. Las lesiones es lo que tienen.

Tras una ducha de agua bien fría en los vestuarios, noto cada poro, cada fibra, cada músculo relajándose y comienzando a recibir oxígeno, como si el sudor hubiera acumulado una densa capa de polvo congestionando todas las células de mi cuerpo y sepultándolas. Volvía a respirar de nuevo.

Cuando salgo por la puerta tras despedirme de mi maestro, me pesa el cuerpo y trato de no arrastrar los pies, con un resultado medianamente convincente. La ropa me resulta incómoda, a pesar de la ducha el calor hace que se me pegue y me mueva con dificultad. Nada como un kimono para vestirme. Que curiosa es la vida, de pronto he comprendido que cuando me enfundo mi uniforme es cuando vuelvo a ser yo mismo. Mi ropa de calle no es más que el disfraz con el que trato con la gente.

Es duro volver tras este periodo, pero es como si hubiera nacido de nuevo. Bebo lo que me parecen mares de agua, y tras cerrar la botella y encaminarme al metro, poco a poco empiezo fruncir los labios y se me escapa una risa. Sé que cuando llegue a casa escribiré sobre esto en el blog.