jueves, 2 de septiembre de 2010

Agua

La vida se ve diferente cuando las gotas de sudor revientan contra el tatami a cámara lenta. Lanzas un puñetazo, dos, retrocedes, vuelves a entrar y de nuevo otra combinación. Los miembros pesan como si estuvieran anclados firmemente al suelo, los movimientos son mucho más lentos e imprecisos. Entonces otra gota se desprende tras deslizarse por mi cara, y vuelve a caer pesadamente contra el suelo. Ahora sus movimientos cortan el aire, y mis guantes de plomo trazan inconstantes guardias que apenas reducen la fuerza de los golpes.

Oigo de fondo la voz del maestro, puliendo mis movimientos, recordandome formas, reforzándome el ánimo. No me he sentido más torpe en mi vida, y, sin embargo, siento algo dentro que deseaba que volviera a florecer, algo que notaba que se había dormido estos últimos tres meses. Las lesiones es lo que tienen.

Tras una ducha de agua bien fría en los vestuarios, noto cada poro, cada fibra, cada músculo relajándose y comienzando a recibir oxígeno, como si el sudor hubiera acumulado una densa capa de polvo congestionando todas las células de mi cuerpo y sepultándolas. Volvía a respirar de nuevo.

Cuando salgo por la puerta tras despedirme de mi maestro, me pesa el cuerpo y trato de no arrastrar los pies, con un resultado medianamente convincente. La ropa me resulta incómoda, a pesar de la ducha el calor hace que se me pegue y me mueva con dificultad. Nada como un kimono para vestirme. Que curiosa es la vida, de pronto he comprendido que cuando me enfundo mi uniforme es cuando vuelvo a ser yo mismo. Mi ropa de calle no es más que el disfraz con el que trato con la gente.

Es duro volver tras este periodo, pero es como si hubiera nacido de nuevo. Bebo lo que me parecen mares de agua, y tras cerrar la botella y encaminarme al metro, poco a poco empiezo fruncir los labios y se me escapa una risa. Sé que cuando llegue a casa escribiré sobre esto en el blog.

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