domingo, 10 de mayo de 2009

La hora de la verdad

Cuando comienzas un arte marcial, tarde o temprano te haces la misma pregunta. ¿Esto servirá si me toca usarlo en la calle?

La respuesta, obviamente, es bastante compleja. No es decir sí o no. En gran medida depende de uno mismo.

Este mismo viernes tuve la oportunidad de entrever esa respuesta en una situación real, en la que por poco no quedo implicado. A favor tenía que ese mismo día, apenas unas horas antes, había tenido clase y se puede decir que tenía "frescos" los conocimientos, aunque esto apenas intervino realmente.

Había ido esa noche a ver una película al cine con unos amigos, y después me acerqué a Alonso Martínez con uno de ellos, para ver a otro amigo que celebraba su cumpleaños ese mismo día. Nos juntamos y después nos dirigimos hacia Argüelles, por el camino conocimos a dos chicas que decidieron venir con nosotros de fiesta.

Ya cuando llegamos al garito en cuestión y después de un rato, me encontraba hablando con un amigo tranquilamente cuando veo un empujón, cómo alguien golpea a alguien, y cómo caen dos personas al suelo. Acto seguido uno de ellos recibe una patada en la cabeza, reventandole la naríz y haciendole regar el suelo con un chorro de sangre de más de un metro de largo.

No entendí que había pasado, pero rápidamente me acerqué al chico del suelo que, asustado, se metió bajo una mesa protegiendose. Hice un gesto con la palma de la mano hacia el, para que se diera cuenta de que no iba hacerle daño, ni yo ni nadie más. Tras unos empujones veo cómo entre unos amigos sacan del local a un conocido mío, por lo visto el que había asestado la patada al chaval. Algo desorientado por la situación, salí del local para saber qué había ocurrido.

Razones aparte con las que no voy a perder el tiempo, él había recibido un empujón que alguien le había dado cogiendole del cuello. Por lo tanto, el respondió golpeando, y después, pegandole una patada al primero que vió en el suelo. No disculpo su actuación, pero si la comprendo.

Yo era el primero que no había entendido lo que había pasado ni cómo había pasado. Cuando te encuentras en una pelea callejera los golpes no caen de uno en uno precisamente, y a veces ni siquiera sabes quién te los ha dado. Todo pasa increíblemente rápido y tus reacciones deben ser rápidas y precisas. Y, desde luego, en esos momentos, uno entiende lo insignificantes que son sus conocimientos. La tensión te hace crear adrenalina, y esta te hace perder la concentración. Te vuelves instintivo y de movimientos primarios, olvidas lo que sabes. Tienes que procurar despejar la cabeza y volver a tu sitio, para poder tomar las decisiones correctamente otra vez.

Ni que decir tiene que los amigos del chaval salieron a buscar a mi compañero. Entre Marcos y yo conseguimos contenerlos, aplacarlos y tranquilizarlos. Estuvimos a un pelo de no meternos en otra pelea aún peor. Para entonces yo ya me había mentalizado de que podía ocurrir, y había recuperado el control de mis actos y emociones. Fué en este punto en el que recordé algo que ese mismo día me había dicho el sensei en los vestuarios:

"Aquí ninguno somos superhombres. Las balas no nos rebotan en la piel. Sólo aprendemos para tener más posibilidades de ganar si alguien nos desafía, pero nunca para buscar pelea. El aikido no es competición ni ninguna de esas cosas. Si quieres vencer a otro, primero enfrentate a tí mismo y véncete. El verdadero guerrero es el que vence a otro sin pelear"

El maestro comentaba que éstas son algunas de las enseñanzas de O-Sensei.

Así pues, al final la cosa se quedó como estaba. Cada uno volvió a su casa (también teniendo en cuenta que mediaba la policía, que no tardó en llegar). Algo que recuerdo es a las dos chicas que vinieron con nosotros involucrándose en el asunto. Esto es algo que no me gustó nada. Que yo me involucre, todavía. En general no me gustan estas situaciones y procuro evitarlas aunque no tengan que ver conmigo. Pero que ellas lo hagan, sin apenas conocer a ninguno, y amargando su noche, es algo que no quería bajo ningún concepto.

Parecerá una tontería pero finalmente las palabras convencieron a los amigos del chaval de la naríz rota antes que una pelea, que sólo va a acabar con más heridos y problemas. Aunque, evidentemente, las cosas no siempre saldrán así. En cualquier caso, siento que he aprendido algo nuevo. Y, mentando al gran maestro:

"Al oponente que avanza, salúdale y enfréntale. Al que retrocede, déjale seguir su camino."

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